Te escribo
a vos, quien nunca quiso leerme,
y lo hago sabiendo que nunca lo harás
y que no existís más que en mi memoria
en mis sueños
en mis pesadillas
en la cama vacía que se quedó esperandote
en un tiquete de avión que nunca se emitió
en la promesa contenida en un abrazo que pareció eterno
en un beso que saludaba un nuevo comienzo
en esas dos palabras que cayeron como la lluvia
o la nieve
en docenas de cartas que cruzaron un océano
pero en una sola dirección
la dirección que decidí seguir
no una
sino dos veces
-o mil veces si fuera necesario-
así significara mi propia muerte
o la muerte de lo que una vez creí posible
pero ya no existís
y tampoco se si yo existo.
¿Realmente era necesario
tanta promesa banal
para luego
esfumarte
de la misma forma
en que apareciste en mi vida?
¿Acasó habrá, aún,
alguna estrella
bajo ese profundo cielo
que te recuerde
lo que alguna vez pareció tan cierto?
Y, al final,
no hubo rubíes
ni flores por las mañanas
ni más té de media tarde
ni caminatas en Kelvin Way
ni más música
entre los valles
de la isla oscura.
Y acá quedé
sin más sueños
sin más anhelos
sin más esperanzas
sin nada más que nada
sin vos
o lo que sea que creí que eras vos.
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